jueves, 18 de octubre de 2007

Bitácora


Han pasado 30 días en que el sol se ha convertido en verdugo y cobija, en mago y despertador. Las horas agotadoras arriba de la lancha, bañados en un manto hirviendo de hilos dorados, salados hasta las pestañas y sedientos como náufragos en un desierto, se han anotado en un innúmero de bitácoras; baúles llenos con nuestros minutos invertidos en una cuenta colectiva por arrebatar los secretos del mar. Miles de minutos para dejar todos los días 23 tanques llenos de aire, planes de buceo discutidos sobre la mesa, segundos punzantes de dolor sobre las quemadas pieles de aquellos modernos marineros que, a bordo del Itmar, recorren las profundidades interrogando el fondo del océano.
Horas y horas depositadas en las sillas de las computadoras para interpretar todo lo que vimos cubierto de coral, algas, esponjas y habitantes de todos los tamaños. Movimiento de camionetas, repartidores de alimentos, funcionarios, periodistas, curiosos y nuevos voluntarios que como rémoras buscan dónde estar para seguir estando el resto de la temporada.
Siete mil doscientos segundos bajo el agua en un día contra treinta y seis mil segundos que se invierten para poder estar un fragmento del día disfrazados de peces. Pero son los segundos más felices de nuestra jornada. Desde que te deslizas de la lancha y el agua burbujea fresca entre tú neopreno y la piel, comienza la aventura. Buscas la boya de descenso, tomas el tiempo y aprietas el botón rojo para desinflar tú chaleco y comenzar a bajar. Sientes la presión de toneladas de agua sobre tú cuerpo, mientras lentamente comienza la transformación. El fondo se acerca a tí, el corazón palpita, un abismo de historias flota frente a tí. Volteas a ver a tú pareja y le das la señal. Sigues la línea base buscando tu cuadrante de trabajo y flotando entre fierros disfrazados de coral tú mente hojea entre los recuerdos, buscando entender el rompecabezas. Pero ¿quién puede pensar cuando frente a tú cinta métrica pasa un grupo de ángeles grises lanzando besos a los extraños visitantes? O cuando un hidroide, defendiendo su territorio, te pica en la mano? Ver, dibujar, medir, anotar, tomar rumbo, tareas que se pelean contra la tentación de contemplar el paisaje que rodea nuestros naufragios. Después de esos siete mil segundos comienza la pregunta obligada ¿subimos? y volteas y un círculo de luz te indica la salida hacia el mundo terrestre, segundos eternos hasta que rompes el espejo de agua y el ruido silencioso de los peces. Cabeza afuera y chaleco inflado de nuevo eres como todos te han visto siempre. Una historiadora que, disfrazada de arqueóloga, sólo pretende vivir el mar.